| MARIO A. CAMPA LANDEROS
A lo lejos, en los medallones de los altos ventanales  del  Club Primera Plana, la luz  resplandecía. Después de una comida y en medio de gran algarabía, el grupo  de amigos periodistas disfrutaba la vida con cantos, plática, juegos y poesía,  en el ático, ese vetusto arcón  de una  sonrisa y buhardilla  bohemia y  alegría. Si me permiten, quisiera, por un momento, interrumpir la  fiesta de los cuates, celebrada de miércoles en miércoles, de cada semana a  mediodía. Decirles lo que siento y ahora me lastima. Hoy quiero llorar. Y quiero hacerlo para recordar en homenaje a mis amigos. Son los muertos y los vivos que siento en la soledad estar  conmigo. Hoy quiero llorar, pero no puedo;
 me lastima y me hiere la nostalgia cada día.
 ¿Por qué este día? Si nada tiene de especial la tarde. ¿Será la lluvia? o ¿acaso este momento caluroso en agonía.  No sé quién dijo que en la tristeza, en noches de alegría,  siempre tocan a duelo las campanas. El tannn... tomm... timm de la iglesia de la esquina, San Hipólito…“San  Juditas”, todos llaman, es lo que hieren lastimera mis oídos.  Quiero llorar, pero no puedo. Aquí entre los amigos domina en el ambiente la risa, el  recuerdo, la distancia y los olvidos. Los sentimientos chocan. Sueños. En un rincón, el dominó de la vida juega entre sus dedos. La voz de Othón -de los Villela Larralde- de Zumpango  retumba. Y nos recuerda la   Puebla de los Ángeles, de antaño, de un triste duelo de un enamorado contra la espada de todo un caballero. Recuerda el bardo, a demanda mía, con pasión a don Gregorio, bisabuelo  de Rosaura Cruz de Gante. Los nombres y los años se pierden en mi tiempo, en mi  cabeza. Un día de mil quinientos, no se cuánto... Othón explica y recuerda a Gutiérre de Cetina para darle dulce sabor al poema de Gregorio; el romántico, el último, tal vez el más querido. Ojos claros, serenos,si de un dulce mirar sois alabados,
 ¿por qué, si me miráis, miráis airados?
 Si cuanto más piadosos,
 más bellos parecéis a aquel que os mira,
 no me miréis con ira,
 porque no parezcáis menos hermosos.
 ¡Ay tormentos rabiosos!
 Ojos claros, serenos,
 ya que así me miráis, miradme al menos.
 Y vemos en los labios del poeta: “Oculta en el silencio y la tiniebla….” -¿Quién va? -¿Quién quiere y puede rondar esta casona… Y la imaginación retoma el vuelo  nos lleva a sentir y  ver el choque de armas convertido en chispas  como luciérnagas que  alumbran el balcón de la bella Leonor de Ozma,  otra sin par Rosario,  espantada al  sentir  la muerte entre engarzados  barrotes del barandal de su ventana. La muerte llama y el asesino huye. La voz del moribundo aún se escucha: “Ojos claros, serenos… ya que así me miráis, miradme al  menos”.    La voz lastima. Quiero llorar, pero no puedo. La imagen cambia y se revela. Oigo la voz de Jorge.  El bonachón. El  hermano Coo de todos  Y, principalmernte,  del Rentaría, Teodoro amigo y protector. El de la mano fraterna y dador de  favores a todo aquel que se lo pida. Aquí en esta buhardilla luminosa recuerdo al único bohemio  chino-mexicano nacido en Veracruz con alma de cubano. Su voz, la melodía, el ritmo guapachoso: “Monta mi caballo  que está en la cerca de aquel camino real…” Así, con sus manos extendidas
 como si quisiera acariciar el mar.
 Murió Jorge en casa de asistencia, abandonado, solo. Sin  teclas de piano,  sin cuerdas de guitarras, mujeres…  y sin cruces en sus manos. Y más han muerto. Pero dejemos que los muertos entierren a sus muertos. El ático. Al fondo miro sopeadores, jugadores de dominó como pareja de campeones disfrutado su juego en mesa de madera, a la entrada muy cerca de la barra. La cantina. Josué, el del difícil apellido, el poeta, el soñador, el de  los ojos “de cierva o de venado”;   Salvador, el que brinda en un mundo de mujeres, los Toños, los  Guillermos, los Carlos, los que siguen... La retadoras mira y es de palo.  La mula ahorcada, el zapato, la copa y la palabra, la cuenta de puntos que nadie pierde y tampoco nada ganan… Y juntos, vencedores de muerte y triunfos en la vida  Celebran todo con risa convertida en carcajada. Quiero llorar, pero no puedo. Y toco las cuerdas de guitarra y me voy cantando en el  silencio. “Quiero morir, porque morir anhelo,/ Después de haber sufrido  tanto y tanto/… No reniego de mi patria idolatrada./ Ni de Dios ni de la  naturaleza./Sólo sé que seres pobres como Yo/ sólo estamos de estorbo aquí en  la tierra./ Sólo sé que seres pobres como Yo/ sólo estamos de estorbo aquí en  la tierra”. El ático, la buhardilla y el bohemio. |