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DROGADICCION ATRAPA A INDIGENAS MIGRANTES

  • Ellos viven el Sueño Mexicano
  • Venían a la Capital a Superarse
  • Encontraron Vicio, Violencia, Discriminaciòn

Por ELVIA ANDRADE BARAJAS
Texto y fotos

ECATEPEC DE MORELOS, ESTADO DE MEXICO, 14 de julio de 2013.- “La bestia” fue la que los trajo.  Llegaron cargados de ilusiones.  Creían que aquí mejorarían sus vidas y que dejarían en sus pueblos natales el hambre, el desempleo, la desesperación de ser pobres; pero no advirtieron que en esa búsqueda, muchos quedarían atrapados en el vicio,  la violencia intrafamiliar, el hacinamiento y el dolor de ser discriminados en su propia tierra. Por su propia gente.

Maxochitl, nombre Nahuatl que en español significa Ramo de Flores, es una chica de apenas 12 años, hija de indígenas migrantes, provenientes de Orizaba, Veracruz; hermana de Huitzillin (Colibri), de ocho años, y ambos forman parten de los 25,475 indígenas migrantes que tiene Ecatepec, con el ìndice màs elevado de esta población en 17 municipios conurbados al Distrito Federal.

Hace 20 años, los padres de Maxochitl y Huitzillin subieron al otrora tren de pasajeros de la ruta México-Veracruz, para ir a la capital del país, en busca de una mejor vida, para sus hijos, pero nunca imaginaron que los entregarìan al vicio.

Entonces sòlo querìan tener un trabajo para vivir dignamente, pero sólo pudieron llegar a la Estación Xalostoc, por lo que se instalaron a unas cuadras, en la colonia San José Xalostoc, donde desde entonces rentan un pequeño cuarto y hasta hoy ignoran lo que pasa con sus hijos.

“Aquí vivimos 15 personas. Mis papás, mis hermanos y unos tíos con sus hijos”, comentó Maxochitl al afirmar: “por eso preferimos volar.  Elevarnos. Salir a la calle y no escuchar sus pleitos, ni ver como nuestro borracho padre golpea a mi madre; eso no nos gusta, pero no podemos hacer nada”.


Ramo de Flores y Colibrí se drogan con activo PVC o thinner, igual que lo hacen muchos indígenas migrantes de este municipio, atrapados en la drogadicción y el alcoholismo, que los orilla a vivir situaciones extremas de violencia intrafamiliar, como ocurre con miles de indocumentados centroamericanos que no pudieron continuar su viaje a Estados Unidos y se quedaron en Ecatepec.

Jaime Marino Cruz, secretario de Acción Indígena Migrante y Hablante de Zapoteco de la Sierra Norte de Oaxaca, del Comité Municipal del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en Ecatepec, informó que de acuerdo al Censo de 2010 del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (INEGI) en el estado de México habitan 379,075 personas que son de algún grupo étnico.

Pertenecen a las etnias  Náhuatl, Mixtecos, Zapotecos, Mazatecos, Mixes, Tepanecos.

Los originarios del Estado de México son Otomíes, Mazahuas, Tlahuicas, Matlatzincas.

Pero en Ecatepec, Naucalpan, Chimalhuacan, Nezahualcòyotl, Valle de Chalco Solidaridad, Tlalnepantla, Nicolás Romero, Ixtapaluca, Los Reyes la Paz, Chalco, Tultitlàn, Huixquilucan, Cuautitlàn Izcalli, Tecamac, Chicoloapan y Coacalco hay una diversidad de grupos étnicos migrantes que vienen de las zonas indígenas de Veracruz, Hidalgo, Puebla, Oaxaca, Chiapas e incluso de Honduras, Guatemala y El Salvador.

El líder indígena refirió que en Ecatepec están establecidos en el centro de San Cristóbal, en calles de Abasolo, Ejidos de San Cristóbal, Prolongación Juárez, Tierra Blanca, Vista Hermosa, El Gallito, Hank González, Piedra Grande,  Guadalupe Victoria, La Presa, Azolco, Buenos Aires, San Andrés de la Cañada, Tablas del Pozo, Zona San Pedro Xalostoc, Benito  Juárez, San Miguel Xalostoc, Urbana Ixhuatepec, Miguel Hidalgo, Jajalpa, Ciudad Cuauhtémoc, Venta de Carpio y en la Quinta Zona de Ecatepec, así como en algunas zonas federales como son Vías del Tren.


La mayoría hablan lenguas Mazahua, Mixteco, Zapoteco, Otomí, Tepaneco y otros, y aunque han aprendido a hablar español, sólo lo utilizan para vender y comprar sus mercancías, pero entre ellos sólo se comunican en sus dialectos.

Un alto porcentaje de los indígenas migrantes son marginados.  No han logrado el sueño de superación, que los alentaba mientras "La bestia" los traìa a lo que serìa su mejor vida. Esto los frustran y orilla al alcoholismo o las drogas, reconoce el líder priìsta de indígenas.

Agrega que este fenómeno se da en todas las edades en ambos géneros, por falta de orientación y el desconocimiento de los programas de apoyo social, que pese a que existen no han logrado penetrar en las zonas urbanas.

En un día común, la mayoría de los indígenas se levantan muy temprano; las mujeres detallan la mercancía artesanal que venderán,  lavan ropa, hacen el desayuno y preparan a los niños para ir a la escuela o dejarlos en casa, a cargo de los más grandes e incluso a algunos los amarran con rebosos a la vista de algún vecino amigo, mientras van por algo a la tienda.


En tanto,  los hombres sólo ordenan la mercancía que saldrán a vender, preferentemente al Centro de la Ciudad de México o a tianguis, en los que ofrecen plantas de ornatos, arreglos florales, cestos tejidos, amacas, u otras artesanías que ellos mismos elaboran en los reducidos cuartos de renta, en los que viven hacinadas varias familias.

Despectivamente les llaman “Quimichis”, y ellos lo saben, por eso procuran no tener amistad con nadie que no sea de su etnia o para fines comerciales, ya que aunque no están en sus comunidades luchan por arraigarse a sus tradiciones y costumbres, especialmente las mujeres, que visten sus ropas tradicionales.

Por eso, cuando regresan a sus hogares de un día de arduo trabajo, guardan sus mercancías, salen a comprar algo para comer y no se les vuelve a ver, sino hasta el otro día o los fines de semana, en los que se relajan drogándose, platicando entre ellos o bebiendo.


Sin embargo, no causan problemas a las comunidades en las que viven, sólo llegan a alterar el orden social cuando hay una pelea entre ellos, en las que sacan cuchillos y machetes.

Gritan en sus dialectos y se muestran feroces, especialmente cuando se da un caso de robo o infidelidad entre ellos, pero pasada la tormenta vuelven a su aparente tranquilidad.

Caminan por las calles con sus mercancías, ondeando sus enaguas de colores chillantes y blusas de encajes, sobre las que cuelgan collares multicolores.

Ellos, sólo se identifican por sus sombreros, y a veces, por sus guaraches; pero sus miradas lejanas, desconfiadas y tristes delatan su amargura. Su tristeza.

“Y, cómo no vamos a ser gente triste?.

Dicen que somos las raíces de la patria, que somos los hijos de la tierra, que somos ricos porque tenemos muchas hectáreas en nuestros pueblos, pero no hay con qué sembrarlas, y aquí a veces se vende y a veces no.

“Aquí, lo que más nos ofrecen es alcohol y drogas; a veces tenemos para pagarlas y otras no”, afirma Maxochitl, luego de inhalar una vez más el activo que tenía entre sus manos.

Da por concluida la plática y dirigiéndose a Colibrí le dice entre risas: ¡Volemos!.

“¡Sí, vamos a volar!”, responde el pequeño al tiempo que suelta una cuchara en la que depositaba el thinner para inhalar.

Levanta los brazos y simula volar...

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