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  Por  RAMIRO GOMEZ-LUENGO
 La intención de  contener el tránsito de vehículos automotores y aumentar la seguridad en las  calles se ha repetido, sin aparente conexión, en diversas partes del orbe, ya  que en todas las ciudades dominadas por el automóvil existen movimientos de  resistencia, más o menos conscientes de sí mismos, cuya principal finalidad es  reducir la invasión de dichos vehículos en todos los ámbitos de la vida social.
 
 En la Ciudad de México pareciera  que la única defensa eficaz para los peatones es la extendida, tal vez caótica  y ciertamente pintoresca presencia del tope.
 
 Los topes son una  barrera física, una presencia cotidiana en la vida de nuestro país que nos  recuerdan que la autoridad es incompetente para hacer que se respeten las leyes  y que el pueblo no está educado para respetar límites.
 
 Es una forma de  violencia física que parece gritarle al aprendiz de cafre que va al frente del  volante: “¡Si no te paras, vas a desmadrar tu coche!”
 
 Odiado por las personas  que manejan, el tope significa la posibilidad física de frenar durante unos  segundos a los siempre apresurados automovilistas, y su necesidad es tan  imperiosa, que existen zonas de la ciudad donde se ponen topes en cruceros que  ya tienen semáforo, lo cual habla de la escasísima eficacia de dichas luces  frente a los cafres del volante, quienes simplemente no le hacen caso ni a los  altos ni a ninguna indicación vial.
 
 Dicha amenaza en  contra de la integridad del automóvil impone una disminución inevitable de la  velocidad, y es que en el DF hay unos topes tan bonitos, que obligan a todo vehículo  a hacer un alto total, pausa suficiente para que el peatón pueda atravesar la  calle sin tener que echar carreras.
 
 Cualquier turista  extranjero podría pensar que algo anda mal en la cabeza de muchos conductores  chilangos, puesto que el tope es prueba irrefutable de que para ellos es mucho  más importante preservar la suspensión del coche, que cualquier otra  consideración cívica o de simple urbanidad.
 
 En una urbe donde  los pasos para peatones (esas rayas de color amarillo y blanco pintadas en el  pavimento de las esquinas para indicar los cruces), brillan por su ausencia, la  única medida realmente funcional es la indiscriminada distribución de topes por  todas las calles.
 
 Desde luego que los  automovilistas los maldicen, bajo el razonamiento de que los topes producen  embotellamientos y generan más contaminación.
 
 Lo cierto es que en  las colonias donde abundan los topes hay menos atropellados y circulan menos  coches, porque un automovilista con prisa preferirá irse a una vía que esté  libre de dichos obstáculos.
 
 
             Nuestra capital es  mundialmente reconocida por sus impresionantes topes, muchos de los cuales alcanzan  alturas de hasta medio metro, además de que se hallan en cada intersección,  esquina, media cuadra, tercio de cuadra o cuarto de cuadra. Algunas veces en carretera hay un señalamiento  previo, desde un simple letrero que reza: “Topes a 100 metros”, una señal  rectangular con fondo blanco y una silueta en negro, que más que topes parecen  un par de senos, o una señal amarilla en forma de rombo y la silueta en negro  del Wonderbra ya
 Según muchos  conductores chilangos, el verdadero propósito de los topes es poner a prueba el  diseño y resistencia de la suspensión de los vehículos, para de esta forma  saber qué tipo de auto no comprar la próxima vez, así como entrenar a la gente para  que maneje sólo en primera y segunda velocidad en autos de transmisión estándar.
 
 El científico y  político Rene Drucker Colín comenta que el asunto de los topes es patológico,  ya que se colocan por doquier, sin que la mayoría de éstos tengan razón alguna  de ser, aunque la verdadera interrogante es cuáles son las causas por las que  hay tantos topes en la ciudad de México?
 
 “Después de mucho  pensarle llegué a las siguientes conclusiones:  El dueño de una fábrica o  distribuidora de amortiguadores solicita, en contubernio con autoridades, la  colocación de topes por todos lados. Los amortiguadores de los diversos  vehículos no aguantan mucho y pierden en poco tiempo su efectividad y se tienen  que cambiar. Así suben las ventas de amortiguadores y al dueño del negocio le  aumentan los ingresos.
 
 “Cualquier  ciudadano que haga valer su fuerza política demanda un tope en el sitio que se  le ocurra (de preferencia frente a su casa).
 
 “Las autoridades  consideran que los conductores de vehículos son incorregibles (teoría más  aceptada), no respetan nada y los topes evitan la disminución de la población”.
 
 El científico  destaca que los ciudadanos ya se acostumbraron a vivir en Topilandia, por lo que deben resistir las incompetencias de las  autoridades a quienes les corresponde definir la colocación de topes, si es que  hay alguien con esa función.
 
 La incompetencia  de los responsables de colocar topes también se manifiesta en el estilo de los  mismos, ya que los hay altos y estrechos; bajos y amplios; de bola, con todo y  su logo del DDF, así como estriados, sin olvidar los más recientes: semirredondos,  de plástico y con alma de lámina de acero.
 
 Se dice que el  nivel cultural o de civilidad de la población es inversamente proporcional al  número de topes que se tienen en las calles, por lo que es muy probable que en  este asunto tengamos el primer lugar mundial.
 
 No hay una norma  que regule el diseño, la altura y la utilización de topes y separadores de  carriles, ya que en una calle puedes encontrar topes cada 10 metros y en otras sólo  en las esquinas. Tampoco existe un señalamiento oficial de los topes, ya que unos  los pintan de amarillo y blanco, a otros les hacen sólo rayas blancas y otros  no los pintan, siendo por ende muy difíciles de detectar, especialmente de  noche.
 
 El fenómeno de los  topes no es exclusivo del Distrito Federal, ya que los puedes hallar en  cualquier pueblo o ciudad, en cualquier carretera, muchas veces sin aviso  previo.
 
 (rluengo4@hotmail.com)
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